Sus padres eran campesinos. Cultivaban maíz, papa, trigo y frijol. Así creció Norberto, en una finca en Boyacá, Colombia, con sus padres y sus nueve hermanas y hermanos. El duro y dedicado trabajo de sus padres era la base de la economía familiar: “mis papás sembraban y vendían los productos, y nos alimentábamos de lo mismo que sembraban. Así nos sacaron adelante”, nos cuenta Norberto.
Desde pequeños se involucraron todos los hermanos en las actividades de la finca, una infancia que le proporcionó a Norberto una cantidad inigualable de conocimientos y herramientas.
Durante 27 años, el campo fue su hogar, su trabajo y su pasión. Sin embargo, Norberto y su familia enfrentaban el difícil contexto del conflicto armado, el cual afectó a miles de familias campesinas en Colombia. El conflicto armado de Colombia, problemática social, política y económica que ha atravesado al país por décadas, tuvo su auge de violencia entre 1988 y 2012, y tuvo como resultado el desplazamiento forzado masivo de miles de familias campesinas, incluida la de Norberto. La violencia que azotaba a la región obligó a Norberto a dejar el campo y salir de su hogar en búsqueda de una mejor vida. Así llegó Norberto a Bogotá en 1999: sin amigos ni contactos, y con una nueva familia a su cargo. Él y su esposa, como muchas campesinas y campesinos colombianos, se vieron repentinamente obligados a construir una nueva vida, en un entorno desconocido y ajeno.
Afortunadamente, la infancia en Boyacá le había dado conocimientos invaluables, habilidades que fácilmente podía transferir a oportunidades laborales en un contexto urbano. “En el campo no solo se trabaja en los cultivos”, nos dice: desde niño, Norberto se interesó por los trabajos de construcción de la granja. Ese interés le valió las habilidades que aplicó en sus primeros trabajos de construcción en Bogotá. Una vez en su nueva vida, la albañilería le permitió aprender sobre manejo de maquinaria pesada, labor en la que encontró una nueva pasión. De ahí en adelante, su vida laboral dio un giro: una vez más, Norberto amaba lo que hacía.
Los siguientes años fueron para Norberto una etapa de crecimiento, tanto para él como para su nueva familia. Ya en Bogotá nació su hijo, brindando a su vida una nueva esperanza —y una infinidad de responsabilidades: la responsabilidad del ser padre, de guiar una nueva vida, pero también la de crear un mundo diferente para generaciones futuras. En 20 años de vida urbana (y 16 de años de ser padre), Norberto aprendió a cultivar de nuevo —ya no el maíz, la papa y el trigo de la infancia, sino la adaptabilidad, la autonomía, la resiliencia. Y todo esto siempre con la fortuna de trabajar en lo que le apasionaba.
Al tiempo que se adaptaba a la vida urbana, Norberto exploraba el cautivador mundo de la maquinaria pesada. A través de ese mundo conoció unos años después a Graham Day, CFO de Sistema.bio, una amistad que le abrió las puertas a una nueva vida en la que Norberto logró unir sus dos amores: la ingeniería y el campo.
Noberto comenzó a trabajar como técnico de Sistema.bio en 2018, cuando apenas comenzábamos nuestra labor en Colombia. Si bien no conocía los biodigestores, su experiencia en ingeniería y sus ya ejercitadas capacidades de aprendizaje autodidacta le permitieron adaptarse rápidamente al trabajo. Ahora es uno de los miembros más activos del equipo, y está a cargo de la gran mayoría de las instalaciones en el terreno colombiano —instalaciones que realiza en muchas ocasiones él solo. En los últimos dos años, Norberto se ha ganado la admiración de todas y todos en Sistema.bio por su compromiso, por la pasión que entrega a sus labores —compromiso y pasión que le sirven de impulso en los largos trayectos que recorre para visitar, capacitar y servir a todos y cada uno de nuestros usuarios.
Norberto es técnico, pero su trabajo va mucho más allá de la técnica. Además de contar con una facilidad para la ingeniería, su calidez y su experiencia como campesino le permiten construir relaciones profundas con cada uno de los usuarios que visita. Para él, cada interacción con los productores es placentera, pues lo regresa a donde nació, donde aprendió las cosas que hoy le permiten tener la vida que quiere y el trabajo que ama. “Me gusta interactuar con la gente. Llegarle a la gente del campo para mí es agradable porque me conecto muy rápido“, nos dice.
Norberto conoce a fondo las labores de campo, conoce los secretos de la tierra, de los cultivos y las semillas. Esta sabiduría heredada y vivencial es lo que le permite conectar con cada una de las familias de productores que conoce en sus visitas. Sobre todo, le permite conocer y entender los retos a los que se enfrentan. “El campesino es el que más trabaja y el que menos gana”, nos dice, una dura verdad que se torna global especialmente en el contexto del capitalismo contemporáneo.
A lo largo de los años, hemos aprendido más y más sobre las problemáticas que enfrentan nuestros usuarios, y sabemos que muchas de ellas vienen de una sola fuente: el sistema desigual de comercio que explota a millones y beneficia a unos cuantos. “El campesino da la vida en sus cultivos y el intermediario es el que se lleva toda la plata”, nos dice Norberto, un claro recordatorio y una invitación a revisar nuestras prácticas de consumo e intercambio.
Los pequeños productores alimentan al mundo, y son sin embargo quienes frecuentemente enfrentan las peores situaciones económicas. Por eso es tan importante para nosotros concentrarnos en ellos. Trabajamos duro porque los productores trabajan duro, día con día, y para nosotros es siempre un placer contribuir a la economía de las millones de familias que viven del campo.
Desde su entrada al equipo, Norberto ha aprendido no sólo todo sobre el funcionamiento de los biodigestores sino también sobre la historia del biogás en la región. En sus largos trayectos por las carreteras colombianas y sus extensas conversaciones con los usuarios, Norberto ha conocido diferentes tipos de biodigestores, en su mayoría rústicos, con los que han trabajado las y los productores de Colombia a lo largo de los años.
En estos diez años, nos hemos encontrado con muchas personas a quienes les cuesta trabajo confiar en nuestros productos, desde Colombia hasta India —y en muchos de los rincones del mundo que hemos visitado. La razón: los biodigestores rústicos y la baja calidad de muchos de los productos que están en el mercado. Esa ha sido una de las grandes dificultades a las que se ha enfrentado el equipo en Colombia, nos dice Norberto: “Nuestros productores habían perdido esa fe en los biodigestores. Fue un poquito difícil llegar con nuestros sistemas porque la gente no estaba convencida, precisamente porque habían unas instalaciones (rústicas) que no funcionaban o el tiempo de duración era mínimo”.
A pesar de estas dificultades, Norberto y el resto del equipo han logrado hacer ver a nuestros usuarios no solo la calidad de nuestros biodigestores, sino también la importancia que éstos tienen para el medio ambiente de Colombia —y del mundo.
Este año nos ha tocado unirnos para hacer frente a una pandemia. El COVID-19, que se esparció por el mundo como el fuego se esparce en el bosque, nos ha obligado a detenernos y hacernos preguntas que, quizás, no queríamos hacernos. ¿Realmente funciona el sistema que tenemos? ¿Podemos seguir adelante con las mismas prácticas de consumo, de explotación? Y, sobre todo, ¿cuál es el futuro que queremos para el mundo?
El universo se compone de ecosistemas. Y para que los ecosistemas funcionen, necesita haber un balance, una relación equitativa entre las partes. Entre las muchas cosas que hemos aprendido en este difícil año, tenemos hoy más conciencia que nunca de nuestra fragilidad, de la fragilidad de nuestras vidas y de nuestro planeta. Es hora de cambiar la marcha y dirigir nuestros esfuerzos al cuidado de la Tierra.
Bien sabido es que la Tierra tiene recursos finitos, y que la humanidad ha explotado todos los que se ha encontrado en su camino. Ahora nos toca explotar otro tipo de recursos: la creatividad, la colaboración, el incomparable ingenio humano para encontrar soluciones a los problemas que nos aquejan. Sobre todo, nos toca darle un uso a todas las cosas que pasan desapercibidas: el agua de lluvia, la energía solar, la caca. Nos toca dejar de ir a los bosques para recolectar madera, dejar de verter lo que nos estorba en los ríos. Nos toca dejar en paz las selvas y las montañas y en su lugar concentrarnos en cuidar las tierras agrícolas que ya tenemos.
Las generaciones pasadas nos han dejado mucho. Nos han dado problemas a resolver, sí, pero también nos han dejado sabidurías, tradiciones, culturas, formas de hacer. Ahora nos toca tomar todas esas herencias y transformarlas, convertir lo que hemos aprendido en un mundo que nosotros podamos heredar a las generaciones futuras. El amor por el campo que le inculcaron sus padres a Norberto es un perfecto ejemplo de nuestra capacidad de transformación, de creatividad. Ahora Norberto ha regresado a trabajar la tierra, ahora desde una conciencia ambiental y un deseo por cultivar nuevas maneras de habitar el mundo.
Para Norberto, es ese el mayor valor de su trabajo: la oportunidad de participar del cambio, de cuidar de nuestro planeta. Porque viniendo del campo, conoce a fondo los maravillosos regalos que esta Tierra nos otorga día con día. Y quienes hemos visto el tesoro dedicaremos nuestra vida a cuidarlo.
Texto por Elena Coll | Arte por Brianda Suárez | Editado por Montserrat Cortez y Xunaxi Cruz