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Mujeres latinoamericanas en la agricultura: sembrando cambios para cosechar oportunidades

Por Gabriela Quijas

Manager de Comunicación y Marketing para América Latina

En casi 14 años de historia de Sistema.bio la cantidad de historias y testimonios de mujeres que hemos recopilado de todos los países en los que tenemos presencia es gigante. Aquí, en América Latina, es donde comenzó la historia que, hasta la fecha, ha transformado la vida de más de 570 mil personas en más de 30 países. Y, solo en esta región, más de 66 mil productores y productoras agropecuarias han transformado sus vidas.  

Desde que tengo la oportunidad de trabajar en Sistema.bio, el escuchar y aprender sobre las historias de vida de mujeres: agricultoras, ganaderas, amas de casa y  productoras agropecuarias que se han animado a tener un biodigestor en sus casas, fincas y ranchos es una de mis cosas favoritas.  

Para empezar, algunos datos de contexto. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), alrededor del 80% por ciento de los alimentos del mundo se produce en agricultura a pequeña escala. Las mujeres representan en promedio el 43% de esta mano de obra agrícola en los países en desarrollo. Mientras tanto, en México, de acuerdo con el último Censo Agropecuario (2022), casi 27 millones de personas conforman la mano de obra en actividades agropecuarias. De ese total, 84% corresponde a hombres y  tan solo un 16%, a mujeres.

La vida en el campo no es fácil y estas brechas tienen su raíz en varios aspectos.  Generalmente los hombres “solo” se dedican a este trabajo, mientras que para las mujeres el trabajo agrícola va acompañado casi siempre de alguna otra actividad, como el ser jefas de familia, ocuparse de los quehaceres domésticos, cuidar a otras personas, cocinar, lavar y acarrear leña y agua, entre otras. También, otros obstáculos específicos de género -como el no tener tierras a su nombre, barreras de financiamiento, entrenamiento y educación agrícola y trato equitativo, entre otras- ponen en desventaja significativa su participación en los sistemas agroalimentarios.

Navegar y sortear estos obstáculos de género se entrelaza con una red de retos existentes como la urgencia del cambio climático, de soluciones innovadoras de agricultura regenerativa y sustentable, de monitoreo y responsabilidad (de “accountability”, como se diría en inglés) de personas, empresas y organizaciones por el impacto social y medioambiental de sus/nuestras acciones. El llamado fuerte y claro de soluciones sustentables y de colaboraciones de y con impacto resuena cada vez más. 

Este año el tema del Día Internacional de la Mujer es: Invertir en las Mujeres para Acelerar el Progreso, y radica en la importancia de reconocer que la contribución de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad es elemental pero, principalmente la inversión en el desarrollo agrícola y la seguridad alimentaria puede ser una solución a las crecientes crisis mundiales.  

Desde que Sistema.bio se fundó, el trabajar con un enfoque de género en cada estrategia y paso que tomamos ha sido fundamental. Escuchar historias de toda la región, como la de Teresa en Guatemala o la de Viviana en Colombia que, en su granja familiar de crías de cerdos “Granja el Amanecer”, ha buscado innovar en sus procesos e invertir en un biodigestor para producir energía y mantener a los lechones calientitos sus primeros días de vida.  

En México, en la Península de Yucatán, está María Humberta. Gracias a su biodigestor Sistema.bio hace más de dos años ya no compra tanques de GasLP y tiene más tiempo de atender su tienda de abarrotes al ya no perder horas en ir a recoger leña. O la de Angélica, también en Yucatán, que escucha presumir a su hija con sus amigos de la preparatoria sobre cómo su mamá cocina en “su estufa de mierda”.  

Por supuesto, también está la visión de las productoras, quienes dicen que sí, que están dispuestas a cambiar la leña por biogas y sumarse activamente, no sólo por su propio beneficio, sino también por el del resto del mundo. Por ejemplo Liliana, una apasionada por la cunicultura del Estado de México, genera suficiente biogás con sus biodigestores para cocinar la carne de conejo y comercializarla; “logrando un círculo de aprovechamiento de todos los recursos de su rancho y evitando la contaminación”. O Ana Lilia de Querétaro, que usa el biol de su biodigestor para sus cultivos de alfalfa. Trabajar de la mano con asociaciones de productores porcícolas y sentarse a dialogar con funcionarios de gobierno sobre los retos de su comunidad le ha servido para compartir con hombres y mujeres, al mismo nivel, sobre maneras más sustentables de trabajar el campo. 

Todas ellas son mujeres que desempeñan un papel crucial en cada etapa de la producción agrícola, desde el cultivo hasta la distribución. Empoderarlas a ellas y a cada vez más mujeres, escuchar sus historias y trabajar junto con ellas y sus comunidades son los pasos necesarios para cerrar las brechas y pavimentar un futuro de agricultura sustentable. Resaltar estos testimonios, su contribución a la seguridad alimentaria, al cuidado del medio ambiente y a la búsqueda de una mejor vida, dan luz a que las correctas inversiones producen resultados positivos a largo plazo para las familias de pequeñas y medianas agricultoras, sus vecinas y sus comunidades. Está de nuestro lado salir en búsqueda de soluciones innovadoras e impulsar estrategias y políticas feministas concretas que busquen avanzar en una equidad de género real. 

P.D. Un reconocimiento y celebración especial a todas las mujeres, colegas y amigas con las que comparto mi trabajo. 

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